La infamia no tiene fronteras. Trasciende los mares. Cruza inmune de un lado a otro, puentes y carreteras. Esparce su semilla, siembra y recoge sus frutos. La infamia tiene cómplices y amigos en todos los rincones de la Tierra.
Todos lo sabíamos. Pero el saber sólo se convierte en conocimiento cuando se dejan de sufrir sus consecuencias en carne ajena. Ingenuos, ignorantes y hasta ufanos sobrados de falsas certezas, caminábamos por la vida sintiéndonos el blanco fácil de la buena fortuna, inmunes a la desgracia foránea, a la epidemia infecta.
Convertirnos en objetivo estratégico de la infamia, es un golpe bajo del que debemos aprender que la mala hierba del odio ha estado creciendo en nuestro jardín sin darnos cuenta.
El paraíso tiene agujeros por los que se filtra el veneno impúdico de la ignominia y ya hemos perdido mucho más que dos valiosas vidas y la cabeza.
A la isla de la calma le han robado el alma. La intranquilidad se ha hecho dueña y señora de sus aceras.
Sin habernos desplazado ni un sólo centímetro. Sin haber alistado nuestros ejércitos de avenencia, de un minuto a otro ya estamos en la trinchera. Y de golpe somos conscientes de que la tregua de todos, era también nuestra tregua. Las campanas ya estaban doblando por nosotros y no nos dábamos cuenta. Ciegos de tanto ver el resplandor de nuestra fortuna, íbamos caminando a oscuras con una ingenuidad sin reservas.
Unidos bajo el hermosos azul mediterráneo, en los días de duelo que ellos han marcado en nuestra agenda, hemos acudido puntuales a las doce a las puertas de los ayuntamientos y hemos guardado todos los minutos de silencio por España, pensando que ese cielo era como un casco azul que nos protegía de todo mientras habitábamos sobre una bandera blanca y eterna.
Señores de la Infamia:
Hoy, en que ni encuentro ni necesito ni creo que exista el insulto exacto que alcance a definir vuestra imagen infausta, funesta, nefasta y fatídica, algo importante tenemos que agradecerles.
Ustedes nos han regalado la unidad, la fortaleza, el sentimiento de pertenencia, la admiración y la seguridad.
La Unidad, porque a pesar de que somos una sociedad dividida en mil frentes y en diez mil batallas internas, frente a Ustedes somos Uno, sin fisuras ni barreras.
La Fortaleza, porque ante la debilidad que están demostrando, nosotros nos hemos reafirmado en la certeza de que su sinrazón no tiene espacio ni tiempo en nuestras vidas.
El Sentimiento de pertenencia, porque mientras los nacionalismos exacerbados fomentan e infunden divisiones y restas, con ustedes hemos sumado y multiplicado, pues a muchos les han recordado que somos España y que, aunque España es muchos pueblos bajo muchas banderas, somos una historia compartida, en lo bueno y en lo malo, y ustedes lo demuestran.
La Admiración hacia quienes cada día pasan inadvertidos en las carreteras, pero sin saberlo viven bajo la mirilla de la muerte que ustedes siembran. Y también hacia nuestros empresarios, sus trabajadores, y su imparable vocación de servicio a prueba de bombas, pues pocas horas después de los atentados en Palma de Mallorca, para el cliente el café ya estaba caliente y la mesa bien puesta.
Y -por último- la Seguridad de que su camino, no es el camino, y de que no estamos en guerra. La Seguridad de que la normalidad de nuestras vidas y la de todos los turistas que nos visitan, es una forma de vida y no de muerte. La paz es nuestra elección y esto, Srs. de la Infamia, es más sólido y real que su violencia.
Eduardo Suárez del Real
Restauración de Mallorca