Ante cualquier noticia o comentario sobre legislación, maquinaria burocrática, administrativa y política de la Unión Europea, todos entendemos que ‘es lo que dice Bruselas’, aunque no solo en la capital belga hay instituciones comunitarias. Desde 1992 está allí la sede oficial, pero ya en 1958 se fundó la Comunidad Económica Europea gracias al Tratado de Roma, que empezó a movilizar instituciones a esta ciudad, incluida la sede de la OTAN en 1966.
Mejillones, chocolate y cerveza, los reyes de la mesa
La gastronomía de Bruselas y, en general, de toda Bélgica, está muy influenciada por la francesa, la holandesa e, incluso en los últimos años, por tendencias de medio Oriente y del norte de África. Hay un dicho curioso en este país, que dice: “en Bélgica se sirve la cantidad de comida de Alemania y la calidad de la cocina francesa”.

Tradicionalmente, se come tres veces al día: desayuno, almuerzo y cena, utilizando productos regionales e ingredientes típicos de temporada: pescado, caza y elementos de la huerta. Aunque, para los visitantes, lo más llamativo de sus propuestas reconocidas a nivel internacional es el chocolate, los mejillones y las patatas fritas, además de la cerveza y los gofres.
Como entrantes, podemos saborear los ‘Asperges’ o espárragos cocidos, servidos con huevos duros picados y una salsa; croquetas de quisquillas; sopas calientes de pollo, pescado o verduras; las endividas (al roquefort o envueltas con jamón y gratinadas con salsa de queso); las coles de Bruselas que, además, suelen acompañar guisos y estofados.
Los platos principales pasan por los mejillones al vapor o a la marinera; las costillas de cerdo; la carne estofada en cerveza belga; la salchicha ‘Frikandel’ que se sirve frita y no cocida; el conejo con ciruelas y cerveza; las carbonadas flamencas con carne de ternera a la brasa y aderezadas de hierbas; anguilas en salsa verde, etc.
A cualquier hora podemos encontrar transeúntes paseando con un cono de patatas fritas, a elegir entre varias salsas. De hecho, hay hasta un museo de las patatas fritas: el Friet Museum de Brujas.

Al terminar, sustituyendo al postre o justo antes de los dulces, se toma queso: casi un centenar de tipos distintos pueden saborearse en este país.
La dulce forma de terminar un ágape pasa por los chocolates: más de cien tipos distintos que se pueden tomar en forma de bombón o, también, bañando fresones, o sobre los gofres originarios de Gante y que se han convertido en un sinónimo de Bélgica. Los originales son con azúcar, aunque también se toman con fresas, plátanos o chocolate. En los locales de hostelería podemos pedirnos un pudin con raíces en la Edad Media; el pastel de arroz;
Una tradición navideña: los ‘spéculoos’ o galletas, especiadas con canela, nuez moscada, clavo, jengibre, cardamomo y pimienta blanca.

Otro de sus atractivos gastronómicos es los ‘cuberdons’ que, traducidos al español, significan ‘narices’. Son dulces hechos con almíbar de sabor a frambuesa o regaliz negro.
Una especialidad de Flandes Oriental es el ‘mattentaart’, un pastel pequeño a base de hojaldre, huevos, leche, azúcar y aroma de almendras.
Para beber: su afamada cerveza, de gran calidad y artesana, además hay un gran número de variedades diferentes: casi un millar (de abadía, trapistas, especiales, etc). Delirium Tremens hace tiempo que se ha convertido en un templo para cerveceros.
En paralelo, se ofrece el ‘mitad y mitad’ que consiste en una mezcla de vino blanco y champagne.
Las ginebras están extendidas por toda Bélgica y con multitud de sabores: almendra, chocolate, frambuesa, melón, limón, etc. Las hay más líquidas y otras más cremosas.
Historia, ciencia, cómic y política europea, en una breve visita
En el casco histórico bruselense podemos disfrutar de una o dos jornadas inmersos en la cultura, historia, compras y gastronomía.
La Grand-Place, Patrimonio de la Humanidad, fue un mercado hace mil años, pero hasta el siglo XIII no se construyeron sus primeros edificios que fueron destruidos en el siglo XVII y reinaugurados entre el XIX y el XX. El Ayuntamiento, de estilo gótico, preside el lugar, flanqueado por locales que pertenecieron antaño a gremios de comerciantes. En los años pares, el fin de semana del 15 de agosto, se cubre el suelo con tapices de begonias, una flor de la que Bélgica es primer productor mundial.

El Palacio Real belga está abierto al público entre julio y septiembre, aunque no es la residencia de la monarquía.
Su escultura más internacional es el Manneken Pis, del siglo XVII. Un niño orinando que, según algunas fuentes, lo hizo sobre la mecha de unas cargas explosivas de ejércitos extranjeros en la capital belga. Tal es su fama que incluso dispone de una colección de ropa, visible en la Maison du Roi, en la Grand place. En 1987 se creó su versión femenina, Jeanneke Pis y está en l’Impasse de la Fidélité, cerca de las Galerías Hubert.
Construidas en 1848, las Galerías Hubert, elegantes y acristaladas, albergan comercios de alta gama, chocolaterías y terrazas.

Mundialmente famoso es el Atomium, monumento construido para la Exposición Universal de 1958 y está cerca del estadio Heysel, a las afueras de la ciudad. Representa un átomo ampliado 165.000 millones de veces. Su bola más alta alberga un restaurante.
El Modernismo dejó huella en la capital belga y se puede comprobar en el museo casa taller de Víctor Horta, un importante arquitecto de este movimiento; la Maison Cauchie; la Maison Autrique, la primera construida por Víctor Horta y, también, el Museo de Instrumentos de Música.
Bruselas disfruta de una gran tradición del cómic y, por ello, podemos visitar hasta 50 murales por todas sus calles, al aire libre, en decenas de fachadas. El Centro Belga del Cómic, diseñado también por Horta, nos pone al día de los dibujantes, sobre todo, los actuales. La Maison de la Bande Dessinée (la casa del cómic) dispone de ejemplares de Tintin, uno de los más populares personajes de este género, en más de 50 lenguas. Podemos profundizar en la vida y obra de su creador, en el museo de Hergé, a las afueras de la ciudad.
Otros museos: el Boghossian de Art Déco; el del Cincuentenario, con piezas de Antiguo Egipto, Grecia, Roma y Oriente Medio; el museo René Magritte dedicado a este pintor del surrealismo.

Especialmente dulce es la ruta del chocolate, visitando las tiendas más prestigiosas, el museo Choco-Story Brussels para aprender cómo se elabora este producto o el Belgium Chocolate Village.
Las compras pueden realizarse en varios puntos del centro de la ciudad. Además, todos los días por la mañana, en la Place du Jeu, hay un mercado ‘des puces’, en el que encontraremos anticuarios y locales bohemios, justo cerca de la Porte de Hal, que es la única puerta que se conserva de la antigua muralla de la ciudad.
Siendo la capital de la Unión Europea, merece la pena visitar el Parlamento Europeo y conocer actividades y funcionamiento de una de las tres instituciones comunitarias cuya sede está en esta ciudad.