Después de años de crisis, Lisboa vive la pasión de sus gentes, contagiados por la fuerza de un turismo joven, masivo, ‘cool’. Sus antaño degradados rincones, ahora remozados, están de moda. Los bares y restaurantes, algunos con estrella Michelin, mantienen la tradición en el plato y la decoración de locales con encanto.

Los cambios implementados durante los últimos años, como la nueva ley de arrendamientos, la de fiscalidad y la de visados, han atraído inversión extranjera. Barrios antiguos de la capital portuguesa acogen músicos, ministros, financieros, vecinos de toda la vida, profesores universitarios, artistas de países de toda la Unión Europea y también suramericanos. Se organizan encuentros en despachos, conciertos en casas cedidas por sus dueños, degustación de tapas, vino y cerveza con un ticket medio de 10 euros.

Plaza del RossioAlgunas zonas degradadas han revivido, como Alcántara que mantiene la estructura, el color y la belleza histórica de sus casas, los azulejos que decoran edificios y suelos, en los que se apoyan los jóvenes para escuchar la música de sus DJ’s, cantantes o humoristas.

Lugares antaño decadentes y ahora totalmente ‘trendy’ como el Village Underground Lisboa, construido a partir de antiguos autobuses y contenedores de transporte marítimo, convertidos en espacios de coworking donde se dan cita artistas y hipsters por las noches. La Rúa Cor de Rosa, ideal para el afterwork, o el Cais do Sodré, que acoge los bares y clubes más ‘cool’ de la ciudad. En el Barrio Alto, calles repletas de jóvenes y viajeros de muchos países. Por las calles, músicos tocando canciones africanas, brasileñas o portuguesas, al lado de bares que organizan auténticas ferias de arte, mercados de segunda mano, mini conciertos y eventos sociales.

En lo alto de muchos edificios se abren miradores (miradouros) para apreciar las vistas panorámicas del Río Tajo, las puestas de sol y el mar de tejas del casco antiguo.

Lisboa ostentó en 2016 el título de ciudad de moda, como ocurrió antes y después con Berlín y Barcelona. El centro de la capital portuguesa (Baixa, Chiado, La Mouraira, Martim Monniz o Alcántara) ha pasado del uso residencial al turístico en general.

 

Pasteis de BelemLa ciudad de las siete colinas tiene una rica gastronomía, desde el famoso pastel de Belém (del que se comenta que sólo cinco personas conocen el secreto de la receta, transmitido desde el año 1837 por un monje del monasterio de los Jerónimos), hasta el Bacalhau que cuenta con mil recetas distintas. Es habitual saborear arroces, carnes y, en general, pocas verduras. El vino de Oporto está entre sus atractivos nacionales.

Por un precio económico se disfruta de la deliciosa gastronomía portuguesa en pequeños bares y restaurantes, tanto en el centro de la ciudad como en sus barrios periféricos.

A la hora de comer y cenar, hay que tener en cuenta los horarios, ya que no suelen almorzar después de las dos de la tarde ni cenar más allá de las nueve de la noche.

En España tenemos la costumbre de tomar tapa con la bebida que, en la mayoría de locales, no se cobra. En Lisboa, los entrantes que se sirven antes de la comida, no son gratis. Aceitunas, queso, patés, mantequilla y pan se cobran en la cuenta final. Bien es cierto que pueden ser un sustituto del primer plato, ya que el principal suele ser una ración muy abundante.

AperitivosEn muchos pequeños locales, cuelgan la lista de los platos del día en la puerta, es la versión lisboeta del menú del día español.

Hay varios detalles curiosos que, en muchos casos, desconocen los turistas:

A los ciudadanos de la capital portuguesa se les llama ‘alfacinhas’ que significa ‘lechuguitas’, ya que en la ciudad antiguamente era famoso el cultivo de lechugas.

La tempura japonesa es lusa. La introdujeron sus navegantes en el siglo XVI en el país del sol naciente, concretamente en Nagasaki.

También Portugal introdujo el hábito de beber té en Gran Bretaña. Fue Catalina de Braganza, que se casó con el rey Carlos II de Inglaterra y le enseñó el hábito típico de la corte portuguesa. ■