Todos estamos de acuerdo en que el turismo es una gran fuente de riqueza para España. 57 millones de llegadas de turistas internacionales en 2011 y los 160 millones de viajes de los españoles, son cifras que nos dan una medida de la capacidad de generación de riqueza y empleo de la actividad turística. Pero en la actualidad España es una potencia turística que tiene entre sus fortalezas la cercanía de los mayores mercados emisores mundiales, Reino Unido y Alemania, pero también debilidades como disponer de una imagen excesivamente centrada en el turismo de sol y playa y con algunos destinos ciertamente maduros, es decir, con cierto grado de obsolescencia y desenfocados en materia de paisaje, sostenibilidad, trama urbana, e incluso estética. Por ello el turismo gastronómico y especialmente el enogastronómico se convierten en un atributo de nuestra oferta turística que puede ayudar a poner en el mercado nuevos productos turísticos, enriqueciendo la oferta turística de nuestro país y posibilitando la renovación de una parte de la oferta turística que hoy necesita de oxigenación y creatividad.
Tomando la definición de turismo gastronómico hecha por los autores Hall, Mitchell y Sharples “un viaje experiencial a una región gastronómica, con propósitos recreativos o de ocio, que incluye la visita a productores primarios y secundarios de alimentos, festivales gastronómicos, ferias alimentarias, eventos, mercados de agricultores, muestras y demostraciones culinarias, catas de productos agroalimentarios de calidad o cualquier actividad turística relacionada con la gastronomía”. Hoy España dispone de todos los elementos definitorios para convertirse en una auténtica potencia de turismo enogastronómico. Tenemos un patrimonio gastronómico espectacular, una riqueza de regiones vinícolas que ocupan la totalidad del país, unos productos agroalimentarios de primera calidad, avalados por las denominaciones de origen, y un nombre y una proyección de nuestros grandes chefs que se han hecho un hueco en la esfera de la gastronomía internacional. Además ahora disponemos de un instrumento político que debe poner en orden las actuaciones de las distintas administraciones públicas que es el Plan Nacional e Integral de Turismo (PNIT), y que dispone, de manera incipiente, de ideas para poner en valor el patrimonio enogastronómico de nuestro país. Pero citadas las potencialidades y la oportunidad brindada por el PNIT, no debemos descuidar las dificultades si queremos alcanzar nuevos éxitos en este mercado. Y cuando me refiero a dificultades citaré las que me parece principales a tener en cuenta:
1. La falta de una marca paraguas para el turismo enogastronómico español, debilidad más patente cuanto más lejano es el mercado emisor sobre el que se hace la promoción, la fragmentación que suponen las competencias autonómicas a la hora de preparar determinados productos y organizar su promoción son un elemento que resta efectividad a la hora de conseguir el mayor éxito para un producto turístico.
2. La fragmentación del sector empresarial, el pequeño tamaño medio de las bodegas y el sector agroalimentario, hacen complicado abordar proyectos de turismo enogastronómico, y se me entenderá perfectamente esta idea cuando comparemos el sector del vino con el cervecero y veamos la desproporcionada capacidad en materia de marketing y comunicación que ofrece un sector más concentrado y con más escala. Por ello creo que el sector del vino debe aunar fuerzas y cooperar para poder adquirir escala a la hora de abordar determinados proyectos promocionales y comerciales.
3. El aprovechamiento de la imagen de nuestros principales cocineros a nivel internacional, haciéndola convivir y comunicarse con nuestra tradición y riqueza gastronómica autóctona y tradicional. Cuando hablamos de turismo gastronómico hay una parte importante de gastronomía tradicional, la vinculada al territorio y a los productores, es esto lo que nos permite organizar una experiencia para el turista, por ello es necesario potenciar el tándem entre innovación y tradición para que ambos elementos hagan más rico nuestro producto turístico enogastronómico.
Por eso estoy convencido de que ha llegado el momento de ponernos a trabajar todos a una para hacer del turismo enogastronómico un eje fundamental de nuestro desarrollo turístico, capaz de regenerar nuestra oferta, diversificando y desestacionalizando nuestro producto turístico, permitiendo al sector agroalimentario aprovecharlo como una oportunidad de crecimiento.
Emilio Gallego Zuazo
Secretario General FEHR