El primer ministro británico, David Cameron, informó recientemente que el Servicio Nacional de Estadística va a comenzar a preguntar regularmente a los ciudadanos del Reino Unido sobre su grado de felicidad: “será tan importante como el dato periódico sobre el crecimiento económico, queremos que el estado de humor de la nación sea algo medible. Es hora de que admitamos que la vida es más que el dinero y nos concentremos no sólo en el PIB, sino también en el bienestar general”.
Esta nueva medida responde al llamamiento realizado por dos Nobel, Joseph Stiglitz y Amartya Sen, para que los líderes del mundo no se fijen únicamente en el concepto económico del PIB. Aunque este tipo de estudio suele medir el bienestar o la satisfacción, más que la felicidad, la noticia no deja de ser buena para nosotros, pues nos permitirá conocer más “los motores ocultos de la felicidad” de uno de nuestros principales mercados, el británico.
Las estadísticas de algunos países ya contemplan diversos aspectos sobre la sensación subjetiva de bienestar, pero falta un baremo global que aúne muchos indicadores y los complete con otros elementos, creando un homologable índice de felicidad.
Si los gobiernos quieren realmente hacer un trabajo serio, más allá de una encuesta de satisfacción que mida el estado de bienestar de sus ciudadanos, explorarán el Ser más que el Tener y valorarán como una variable definitiva la capacidad de dar de sus pueblos.
En 2004 un tsunami arrasó miles de vidas en el Sur de Asia y dejó sin techo a un millón de personas. Diez millones de personas en el mundo reaccionaron ante la tragedia y enviaron un total de nueve mil millones de euros para la reconstrucción de esas vidas.
La felicidad íntima se conquista con poco; para vivir de acuerdo con nuestro potencial y crear abundancia, necesitamos hacer algo que sea más grande que nosotros mismos, de ahí la necesidad de dar.
La sensibilidad y un sentido innato de lo justo “molesta” a la mayoría de los humanos en su camino a la felicidad, y dar es la acción que equilibra entre los pocos que tienen una felicidad medible y los muchos que tienen una infelicidad desmedida.
La búsqueda consciente o inconsciente de un equilibrio, o al menos la de difuminar un poco esta desproporción grosera, es la que mueve los resortes individuales del dar y la que pone en marcha los mecanismo para crear y apoyar campañas como la que recientemente hemos vivido en FEHR.
Restaurantes contra el Hambre abrió una nueva línea en muchas contabilidades. De pronto el hambre de los niños que mueren de ella, cruzó como un cometa, con una pequeña resta,
la cuenta de resultados de octubre/noviembre. Por unos momentos algunos hosteleros dejaron de tener la crisis económica en el primer plano de sus ojos y miraron un poco más allá, contentos o medianamente satisfechos, pero permitiéndose explorar por un momento y en primera persona, la sana sensación de que la felicidad está más en dar que en recibir, de que no son ricos los que tienen en abundancia sino los que sienten en abundancia, y de que no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita.
Éste, y no otro, es el incalculable valor de Dar.
Eduardo Suárez del Real
Restauración de Mallorca