Todos los actores que intervenimos en el apasionante mundo de la formación profesional, afirmamos con rotundidad que lo hacemos con calidad y eficacia. Sin embargo, uno de los puntos débiles que se detectan hoy en la formación profesional para el empleo es la escasa aplicabilidad que muchos de los aprendizajes que se producen en el aula, tienen luego en el puesto de trabajo, dándose la paradoja de que acciones formativas realizadas con apreciable calidad, resultan de escasa utilidad porque no son posteriormente aplicadas en los puestos de trabajo ni mejoran la empleabilidad de la población ocupada.
Es necesario hacer formación profesional con calidad, pero de la que se puede medir, y me explico. Cuando afirmamos que formamos con calidad y nos preguntan por el resultado de la misma, solo somos capaces de contestar con generalidades y adjetivos superlativos, sin ningún dato empírico.
En mi opinión, la formación profesional debe centrarse en el aprendizaje con resultados, tanto para la mejora de la competitividad de las empresas como de la empleabilidad de los trabajadores. Sin incorporar más burocracia al sistema me inclino por medir cuatro indicadores: la satisfacción del alumnado, su aprendizaje, la aplicabilidad en el puesto de trabajo de lo realmente aprendido y el impacto en la empresa o en la empleabilidad.
Para hacerlo, propongo cinco soportes, cuatro cuestionarios y una matriz de evaluación. El primero es un “formulario sobre la calidad esperada y percibida”, donde el alumnado, antes de comenzar el curso, describe y pondera sus criterios para evaluar la calidad de la formación que va a recibir. Este mismo formulario lo cumplimenta el alumnado al terminar la formación, comparando lo que esperaba del curso y lo que finalmente ha percibido haciéndolo, lo que nos da el primer indicador de satisfacción conseguida.
El segundo cuestionario es sobre “conocimientos iniciales y finales”, donde el alumnado, nuevamente antes de comenzar el curso, contesta a un número variable de preguntas abiertas y de elección múltiple sobre la materia que va a cursar. Al igual que en el caso anterior, repite el mismo cuestionario al terminar el curso y la mera comparación entre las preguntas acertadas antes y después nos da el segundo indicador de lo realmente aprendido.
El tercer soporte de medición es la “matriz de evaluación”, que consiste en la descripción de las puntuaciones que el profesorado va otorgando al alumnado en la prueba final y en cada una de las parciales, así como la valoración de sus actitudes y comportamientos durante el proceso formativo. Todo ello concluye en una puntuación final que se refleja en el Diploma y nos completa el indicador de lo aprendido.
El cuarto soporte es sobre “aplicabilidad del aprendizaje al puesto de trabajo” y se obtiene preguntando al alumnado, dos meses después de terminar la formación, sobre varios aspectos relacionados con la aplicabilidad. El resultado nos aporta información relevante sobre cuánto de lo aprendido aplica el alumnado en su trabajo, en definitiva el tercer indicador de medida de la calidad.
Y por último, el cuarto, sobre “impacto en el trabajo” se obtiene preguntando al mando superior del alumnado y al mismo alumnado, también dos meses después de terminar la formación, sobre en qué medida ha contribuido a los objetivos de la empresa o a la mejora de la empleabilidad del trabajador/a la aplicación de los conocimientos, destrezas y actitudes aprendidos en el curso. Este cuestionario nos aporta el cuarto indicador de la calidad formativa.
Estas reflexiones forman parte del sistema de formación de FEHR y se describen detalladamente en el manual de procedimientos para la ejecución de la formación en 2010. Estamos abiertos a compartir sistemas y experiencias con todas las organizaciones del sector de hostelería interesadas en el objetivo de mejorar la calidad de la formación con resultados.
Juan Navarro
Director Formación FEHR