Ni integérrimo ni prevaricato

Eduardo Suárez del Real Restauración de Mallorca

¿Las lenguas entran en crisis o son simplemente un fiel reflejo de ella?
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española reúne poco más de 83.000 palabras ¿cuántas de ellas seguirán vivas dentro de diez años?
Las palabras nacen, se reproducen y mueren. Tradicionalmente, muchas de ellas se han reproducido de manera hermafrodita, y otras se han apareado con sus compañeras dando lugar al nacimiento de las compuestas; últimamente se ha puesto de moda la inseminación artificial, lo que ha dado origen a palabras que nada tienen que ver con nuestras raíces griegas y latinas.
Pero a las palabras les ocurre que un día se olvidan, parece que de pronto no se les necesita, no se les da aliento, les falta el oxígeno y dejan de existir.
Luego sucede que los diccionarios se hacen cómplices con su silencio; en sus nuevas ediciones las desaparecen y se ahorran el sepelio. Esto ha ocurrido recientemente con bochinche, gaznápiro, trápala, atraquina, retrónica, fallazgo, cader, piujar, churriana, alfonsearse, lanteja y acertajo… Se van sin hacer ruido y nadie nos damos cuenta porque estamos sumamente entretenidos con los juguetes nuevos: chatear, web, arroba, email, intranet…
Y entre tantas y tantas palabras caídas en combate en los últimos tiempos, llama la atención que de aquel superlativo culto que heredamos directamente del latín y que se concreta en la terminación érrimo o érrima de algunas palabras, sólo siga sonando en nuestra habla diaria, aquel que califica el exceso de la pobreza: paupérrimo, y desgraciadamente sigue vivo porque no hay otra manera de nombrar la condición de vida de millones de personas, los asentamientos inhumanos en los que sobreviven o las actitudes de quienes provocan un mundo misérrimo.
En cambio, han desaparecido de nuestra habla, los superlativos de pulcro, de libre, de íntegro… seguramente porque ya no tenemos necesidad de usarlos, se han esfumado de nuestro horizonte las cosas, los entes o las entidades pulquérrimas; la sensación, el afán o las ganas de ser libérrimos (para qué sirve la libertad en esta sociedad, de qué somos libres) y, sobre todo, no encontramos a quién ponerle, como un traje a la medida, el adjetivo integérrimo.
Estoy buscando con una lupa a los integérrimos, creo que al menos en Mallorca han corrido la misma suerte que los myotragus… que desaparecieron debido a su inadaptación al medio en un brusco cambio climático o bien porque no pudieron ser domesticados.
Sorprende que desaparezcan las palabras de lo que ya no existe, pero sorprende aún más que se desvanezcan las que definen lo existente. Pues en este afán de no llamar a las cosas por su nombre, también hemos expulsado del disminuido paraíso de nuestra lengua cotidiana, la palabra que tan bien concreta el oscuro perfil de nuestros burócratas más mediáticos: Acción de cualquier funcionario que de una manera análoga a la prevaricación, falta a los deberes de su cargo.– Prevaricar: Faltar uno a sabiendas y voluntariamente a la obligación del cargo que desempeña.– Cometer el crimen de prevaricato.
Las palabras van y vienen, y sólo muy de vez en cuando nos quedamos absortos ante ellas y nos interesamos en conocer su origen y recorrer su historia. Como los seres vivos, nacen y mueren junto a las personas y las actitudes que les dieron valor, razón o sentido.
Eduardo Suárez del Real

Restauración de Mallorca