Antes de adueñarse de los adjetivos de la intolerancia para descalificar y para atacar a quien no piensa no actúa o no cree exactamente como nosotros, convendría revisar lo que es la tolerancia.
Lo primero, es no confundirla con la permisividad absoluta, con no poner límites a las libertades; porque ahí está la libertad de ejercer la corrupción administrativa o política, la de cometer actos terroristas como el de Burgos o la de iniciar una guerra.
La tolerancia se basa en el reconocimiento del otro y el respeto por sus diferencias. El multiculturalismo y la ética son los pilares de la tolerancia y sólo sobre ellos se puede fundar una sociedad madura y pacífica.
Comprender al otro y aceptar sus diferencias, no implica estar de acuerdo con él, pero sí implica respetarlo e integrarlo.
La más bella definición de la tolerancia la he encontrado en Octavio Paz:
Para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia.
La intolerancia no es nueva, la parió algún hombre poniendo a su Dios de bandera, nació en una iglesia mayoritaria contra sus disidentes.
Pero la tolerancia tampoco es nueva, Voltaire nos cuenta que los antiguos pueblos civilizados no ponían trabas a la libertad de pensar: que a los griegos les parecía bien que los epicúreos negasen la providencia y que los romanos en el senado decían que “sólo a los dioses les corresponde juzgar las ofensas proferidas contra ellos”.
Sócrates perdonó a sus acusadores y jueces. Y Jesucristo también dio ejemplo de tolerancia pidiendo a su Padre que perdonara a sus enemigos.
Aunque hoy nos regodeemos en el discurso de la pluralidad ideológica, en la práctica vivimos en la intolerancia. Y aunque hablemos de civilización, el odio incivilizado continua siendo el sentimiento prevaleciente ante opciones diferentes (políticas, religiosas, sexuales…) o ante hechos diversos (culturales, raciales…) y está en la base de la defensa de privilegios y dogmatismos.
El intercambio de descalificaciones y acusaciones es en democracia la intolerancia controlada: acotada en las cumbres de jefes de estado, en las cámaras de diputados y senadores, en los parlamentos del mundo, se celebra cada día el teatro de la tolerancia o el festín de la intolerancia permitida.
Eduardo Suárez del Real
Restauración de Mallorca